Amores Perros: 25 años después, Iñárritu abre un laberinto de recuerdos con “Sueño Perro”
La película que marcó un antes y un después en el cine mexicano regresa en forma de instalación inmersiva con material inédito
Amores Perros, la ópera prima del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu, se presentó en el Festival de Cannes en el año 2000. Además de haber sido nominada al Óscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa, el filme ganó once premios Ariel en México y decenas de galardones a nivel internacional. Fue la carta de presentación que le dio la posibilidad a González Iñárritu de filmar en Hollywood sus siguientes películas. El cineasta, nacido en la Ciudad de México en 1963, con siete largometrajes a la fecha, tiene en su haber cuatro Premios Oscar y tres Globos de Oro. Nada más y nada menos.
Para conmemorar los veinticinco años del estreno de la icónica película, González Iñárritu presentará “Sueño Perro: una instalación celuloide” a partir del 5 de octubre en la ciudad de México. Utilizando una serie de fragmentos inéditos del filme y una banda sonora intensa y envolvente, el artista crea una suerte de laberinto multisensorial. Así, cuando el espectador se interne en este espacio en penumbras será recibido por proyectores de 35mm que lanzarán imágenes que no llegaron a verse en la película. Justo cuando nos abandonamos al mundo digital y la inteligencia artificial, una instalación como “Sueño Perro” nos permitirá experimentar el cine de una manera física e inmersiva.
Amores Perros, la película de Alejandro González Iñárritu que está cumpliendo su primer cuarto de siglo, captura muy bien la violencia urbana de la capital mexicana de fines del siglo XX a través de un choque automovilístico que conecta tres historias. La primera, situada en un barrio de clase trabajadora, cuenta la obcecación que siente Octavio (Gael García Bernal) por el amor de su cuñada Susana (Vanesa Bauche) y la adopción del perro Cofi para usarlo en peleas clandestinas; la segunda tiene como personajes a Daniel (Álvaro Guerrero), un publicista de clase acomodada que deja a su esposa e hijas para irse a vivir con su amante, Valeria (Goya Toledo), una bella modelo, la cual vive obsesionada por su perro Richi; la tercera se concentra en el personaje del Chivo (Emilio Echeverría), un exguerrillero convertido en un asesino a sueldo que deambula por la ciudad con varios de sus perros, el cual intenta recuperar el amor de la hija que abandonó muchos años atrás. Las tres historias son simultáneas y los personajes se entrelazan en los diferentes episodios.

La ópera prima de González Iñárritu se ha convertido en un parteaguas en la historia del cine mexicano. En el aspecto visual y narrativo, Amores Perros se situaba muy lejos del cine comercial y privado que se producía a fines del siglo pasado. Tanto el director como sus productores se pusieron de acuerdo en hacer una película que se estructurara a partir de un accidente de tráfico, que utilizara mucho trabajo de cámara en mano y primeros planos (a cargo del cinefotógrafo Rodrigo Prieto), que se retuviera el nitrato de plata en el celuloide para acentuar los contrastes de color y de textura, que las peleas de los perros no fueran lo suficientemente explícitas, que el reparto incluyera caras nuevas y que la banda sonora fuera potente. Todos estos elementos se conjuntaron en la película con los sorprendentes resultados que ya conocemos.
Amores Perros se construye sobre la base de un relato discontinuo, fragmentado, con el accidente de auto como el punto de unión de los personajes pertenecientes a diferentes clases sociales. Guillermo Arriaga, el autor del guion, reconoce la influencia de la literatura de William Faulkner en la estructura narrativa del filme. Sin embargo, algunos críticos observan en la cinta mexicana una clara influencia de Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino ya que esta película motivó a una serie de cineastas a romper con las historias lineales y ortodoxas, influencia que niegan los realizadores de Amores Perros.
Fuera o no el “efecto Tarantino” lo determinante, lo seguro es que desde la década de los noventa hay una tendencia en el cine hollywoodense que consiste en el uso de narrativas entrecruzadas con múltiples protagonistas para expresar la dinámica de la pérdida y la restauración, la culpa y la redención que experimentan los personajes. Sin duda, en esta tendencia se inserta Amores Perros. Como ejemplos se podrían mencionar Short Cuts (1993), Smoke (1995), Magnolia (1999) y Traffic (2000), entre otros. En el cine mexicano el antecedente más cercano a la estructura del filme de González Iñárritu sería la cinta El callejón de los milagros, realizada en 1994 por Jorge Fons. Las grandes metrópolis como Los Ángeles, Nueva York o la Ciudad de México, con su diversidad de espacios sociales se convierten en escenarios ideales para este tipo de cine de múltiples protagonistas, donde los sueños individuales se pueden truncar fácilmente por un hecho del azar, como lo puede ser un accidente de tráfico.
En resumidas cuentas, Alejandro González Iñárritu, en compañía de Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, “Los Tres Amigos” como son conocidos en los medios estadounidenses desde que empezaron también a filmar en Hollywood, viene a reconciliar el arte con el comercio, es decir, hacer un cine de calidad con viabilidad comercial y a desbancar la clásica fórmula del cine de estado que consiste en la máxima, palabras más, palabras menos: “si nadie entiende y nadie va a ver una película, pues entonces debe ser una obra maestra”. Se trata de una generación de cineastas que no desestiman el aspecto industrial del cine; en otras palabras, hacer películas que logren insertarse en los mercados internacionales, sin que esto signifique el tener que sacrificar ineludiblemente sus intereses artísticos o propuestas autorales.
Regresando a la instalación “Sueño Perro”, les tengo una buena noticia a quienes viven en La La Land: se exhibirá en Los Angeles County Museum of Art (LACMA) en la primavera de 2026. ¡Ahí nos vemos!