Bardo de Iñárritu: ¿Una obra maestra visual o un exceso de imágenes bellas?
Un análisis crítico de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, la película más personal y divisiva de Alejandro González Iñárritu, entre la nostalgia del exilio y la autoficción cinematográfica
Decía Robert Bresson en sus aforismos que el arte del cine no es el de las imágenes bellas sino el de las imágenes necesarias. Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), película del cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu, es una historia construida precisamente por imágenes oníricas, nostálgicas, expresionistas, simbólicas, surreales, a todas luces, bellas, quizá demasiado bellas. Pero, son imágenes ¿necesarias?
Depende de la respuesta que cada espectador dé a esta interrogante es que considerará esta película como un gran ejercicio de virtuosismo técnico, quizá fútil, vacuo, desmesurado, pretencioso, ciertamente narcisista o, por el contrario, como una película con el lenguaje visual justo, necesario, para contar la historia del famoso cineasta Silverio Gama (protagonista y álter ego del director, interpretado por Daniel Giménez Cacho) que viaja a México para recibir un importante premio por su trayectoria artística. Silverio Gama (al igual que González Iñárritu) radica en Los Ángeles por lo que se advierte un trasfondo autobiográfico en el marco de la ficción.
Este reencuentro con su país le va a provocar al cineasta una suerte de crisis existencial y una reflexión sobre lo que significa la fama, la celebridad, la familia, el desarraigo, los amigos, la soledad, la incomunicación; en este sentido, es un cine muy personal, autobiográfico en gran medida, que nos recuerda a la clásica Ocho y medio (1963) de Federico Fellini.

Digámoslo de otra manera, González Iñárritu en lugar de escribir un libro con sus memorias, hace esta película en donde expresa su visión personal del mundo. Un corte de caja después de una brillante trayectoria como cineasta. Estamos en presencia de una “auto-ficción” cinematográfica.
Ahora bien, para entrar en el mundo de Bardo, en ese viaje fascinante, es necesario que los espectadores suspendamos toda lógica para dejarnos atrapar por esos dilatados planos de gran profundidad, de gran belleza, saturados de color (gracias al cinefotógrafo iraní Darious Khondji) que reflejan el fluir de la conciencia del protagonista; que nos adentremos sin tratar de encontrar la salida en ese laberinto de cajas chinas (sueños, recuerdos, delirios, falso documental, realidad, imaginación) en que está estructurada la película.
La memoria personal se conjuga con el pasado de México, pero sin solemnidad, más bien recurriendo al humor y a ratos a la comedia, por no decir a la sátira. No podían faltar referencias a la realidad nacional (los desparecidos, los migrantes) del presente. Va de lo íntimo a lo épico.

Otro aspecto interesante de Bardo es que refleja muy bien la experiencia de estar nepantla (palabra del náhuatl que significa estar en medio), in between, dos países: Estados Unidos y México. González Iñárritú tiene muchos años viviendo en Los Ángeles, como muchos que hemos dejado nuestro país de origen (aquí se incluye este crítico a domicilio). Y hay un precio que se debe pagar: convertirse en alguien que ya no es de aquí ni de allá. La película refleja muy bien ese sentimiento y la profunda nostalgia de los transterrados que no dejamos pasar un día sin pensar en México.
Dicho de otro modo, Bardo es un espacio “intermedio” como la ha definido el propio Iñárritu. O se pudiera usar la palabra, “liminalidad” (límite, frontera, no estar en un lugar ni en otro). Y ese espacio intermedio está lleno de nostalgia, de melancolía, de ausencias, de añoranzas. Pudiéramos pensar en una película que para mí define en forma insuperable lo que es la nostalgia y es la de Andrei Tarkovski titulada precisamente Nostalgia (1983), que el cineasta ruso filmó en Italia precisamente para exorcizar su experiencia como exiliado. Pero la diferencia radical con Bardo es que la cinta mexicana propone al humor como remedio para escapar un poco de la nostalgia que puede ser abrumadora.
Hablando de Los Ángeles, me gustó ver la línea del metro que pasa cerca de mi casa (la expo). Ahora tendré que subirme con unos ajolotes.
Termino diciendo que esta película de Alejandro González Iñárritu no tuvo el éxito de taquilla que se esperaba. Por ello, concluyo que la gente estaría de acuerdo con Robert Bresson cuando dice que el arte del cine no es el de las imágenes bellas sino el de las imágenes necesarias. Sin embargo, yo quiero recomendarla porque para este crítico a domicilio las imágenes de Bardo son bellas y necesarias. Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades la puedes ver en Netflix.






