Las tres películas de Pedro Páramo: ¿cuál es la mejor adaptación del clásico de Juan Rulfo?
De Velo a Prieto, un viaje por tres películas que intentaron capturar la magia oscura del clásico mexicano
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. — Pedro Páramo
Juan Rulfo
Hace setenta años, en 1955, apareció Pedro Páramo, una obra insólita dentro de las letras mexicanas y, sin exagerar, una de las novelas más influyentes de la literatura del siglo XX, que consagró a su autor, Juan Rulfo (1917-1986). Su dificultad para ser clasificada proviene de su apertura a múltiples lecturas: es viaje al inframundo de Comala, es tragedia del cacicazgo rural, es poema de voces fragmentadas, y es también una reflexión sobre la memoria, el deseo y la muerte. Juan Preciado, cual Telémaco en busca de Ulises, desciende a un pueblo en ruinas —poblado de murmullos, ecos y ánimas en pena— para reclamarle a su padre el abandono.
Juan Rulfo articula la novela a partir de dos recursos narrativos fundamentales: el monólogo (interior o incrustado en diálogos fragmentarios) y la narración en tercera persona. Son dos voces las que se escuchan, pero la voz de los personajes que se desdobla en susurros, murmullos y recuerdos proferidos desde la tumba, forma un entretejido que cuenta la historia de ese cacique que lo tuvo todo, menos a lo que más amaba, a Susana San Juan, una mujer que no era de este mundo. Esa polifonía espectral —esa línea indecible que separa vivos de muertos— es precisamente lo que vuelve tan difícil su adaptación cinematográfica.
Desde su publicación, Pedro Páramo generó un enorme capital cultural y simbólico, por lo que no tardó en llegar al cine: Pedro Páramo de Carlos Velo en 1966; Pedro Páramo (El hombre de la media luna) de José Bolaños en 1976; y la más reciente adaptación dirigida por Rodrigo Prieto para Netflix en 2024. En la opinión de este crítico a domicilio, esta última es la que mejor captura el espíritu de la novela de Juan Rulfo por razones que expondré más adelante. Antes, conviene revisar las dos primeras adaptaciones.
PEDRO PÁRAMO (CARLOS VELO, 1966)
Esta fue la primera gran adaptación, con guion de Carlos Fuentes, Carlos Velo y Manuel Barbachano Ponce. El reparto es notable, especialmente Ignacio López Tarso como Fulgor Sedano, la mano derecha del cacique y ejecutor de sus designios. Pilar Pellicer, en el papel de Susana San Juan, ofrece una interpretación extraordinaria: una Susana interiorizada, suspendida, espectral. No recurre a la teatralidad; encarna, más bien, un erotismo tenue, casi místico, que proviene de un mundo íntimo e inaccesible incluso para Pedro Páramo. En contraste, John Gavin como Pedro Páramo es un evidente miscast. Su porte aristocrático y refinado, su español con acento en inglés, distan del cacique rulfiano: un hombre áspero, rural, cargado de sombras morales.
En cuanto a la estructura, la película hace un esfuerzo por ordenar la cronología de la novela, por lo que los planos temporales dislocados y la ambigüedad entre vivos y muertos se vuelven una narración convencional. Con todo, gracias al trabajo del cinefotógrafo Gabriel Figueroa, quizás el más importante en el siglo XX, la adaptación alcanza momentos visuales de enorme potencia: viento, polvo, silencio, neblina. Esas atmósferas sí dialogan con el universo rulfiano.
PEDRO PÁRAMO (EL HOMBRE DE LA MEDIA LUNA) (JOSÉ BOLAÑOS, 1976)
La segunda adaptación, dirigida por José Bolaños, es una apuesta arriesgada que, en mi opinión, resulta fallida, aunque interesante por su delirio. Bolaños traslada el mundo rulfiano a espacios que parecen castillos medievales europeos, con decorados barrocos, candelabros exuberantes y una paleta dominada por rojos irreales que sugieren sangre, alucinación o un purgatorio emocional. La arquitectura y la iluminación no tienen equivalente en las haciendas mexicanas, y responden más a una estética gótica y europea que al paisaje árido del texto.
Manuel Ojeda interpreta un Pedro Páramo hierático, casi vampírico: un hombre recluido en las sombras, envuelto en una capa negra, acostado bajo un techo lleno de palomas, obsesionado por un amor imposible. Venetia Vianello encarna a una Susana San Juan que funciona más como heroína gótica que como figura rulfiana: inquietante, descentrada, espectral. La música de Ennio Morricone, poderosa en otros contextos, aquí se siente reiterativa por su abuso a lo largo del filme, aunque en ciertos momentos logra una atmósfera inquietante.
En resumen, se trata de un filme grandilocuente, barroco, visualmente delirante: una apuesta excesiva que no logra encontrar el tono rulfiano, pero que permanece como documento curioso y sintomático del cine de autor mexicano de los años setenta.
PEDRO PÁRAMO (RODRIGO PRIETO, 2024)
La adaptación de Rodrigo Prieto —director de fotografía de renombre que debuta como cineasta— es, a juicio de este crítico a domicilio, la mejor adaptación que tenemos hasta ahora porque ofrece una experiencia emocional y sensorial profundamente rulfiana. Prieto no intenta ilustrar la novela: la siente. Su experiencia como fotógrafo se traduce en composiciones visuales pictóricas: un Comala fantasmagórico, casas en ruinas, paisajes desolados y extrañamente bellos. La paleta de amarillos espectrales, cercana a los daguerrotipos, es un gran acierto.

Manuel García-Rulfo interpreta a Pedro Páramo como un cacique verosímil, más cercano al hombre rural del México postrevolucionario que al aristócrata de John Gavin o al vampiro hierático de Manuel Ojeda. Tenoch Huerta, en el papel de Juan Preciado, aporta vulnerabilidad y desconcierto, esenciales para el viaje al inframundo de Comala. Ilse Salas ofrece una Susana San Juan profundamente contemporánea: una mujer marcada por el abuso y el control patriarcal que se refugia en la locura, el erotismo y la muerte. En esta lectura, Susana no es musa ni fantasma: es víctima de un sistema que despoja, encierra y destruye. Habría que destacar la actuación de Roberto Sosa como el padre Rentería, un hombre con un profundo conflicto con su fe y la necesidad de dar el perdón al hijo del cacique por dinero. El resto del reparto —Dolores Heredia como Eduviges Dyada, Mayra Batalla como Damiana Cisneros, Giovanna Zacarías como Dorotea, la Cuarraca— contribuye a esa estética de lo espectral, con personajes iluminados desde abajo para acentuar su condición fantasmal.

Se ha criticado que la versión de Prieto sea demasiado literal. En parte, esto responde a su condición de producto para una audiencia global, donde una estructura más lineal y menos polifónica facilita la comprensión. Pero esa linealidad narrativa permite que la imagen se vuelva más compleja: Prieto simplifica la trama para intensificar el efecto sensorial. Incluso los aparentes excesos —como la mujer incestuosa que se transforma en un torrente de lodo, producto del delirio de Juan Preciado— funcionan dentro de esta lógica emocional.
Con esta adaptación para Netflix, Pedro Páramo entra finalmente en el circuito global de la cultura audiovisual. Rodrigo Prieto ha logrado lo más difícil: un realismo de lo espectral que respira, vibra y duele. En realidad, no es una reproducción literal del texto: es una traducción emocional, y por eso mismo, la más rulfiana de todas.








