Libertad de expresión y sus consecuencias en la era digital y división política
La muerte de Charlie Kirk abre un debate sobre la libertad de expresión en Estados Unidos. Como locutor y creador independiente, reflexiono sobre sus límites y responsabilidades.
La voz como poder, la voz como riesgo
El asesinato de Charlie Kirk a los 31 años vuelve a poner sobre la mesa uno de los grandes temas de este país: la libertad de expresión.
Estados Unidos se define como la tierra de la libertad. Aquí (y en casi todo el mundo) cualquiera puede levantar un micrófono, abrir un canal en YouTube o un podcast, y decir lo que piensa. Pero yo siempre he creído, y lo digo con casi tres décadas frente a un micrófono:
la libertad de expresión no significa libertad de consecuencias.
Mi experiencia como comunicador
He sido empleado de empresas grandes de comunicación, donde había reglas muy claras: no podía decir lo que se me pegara la gana. Tenía libertad de hablar, pero no un permiso para abusar de esa libertad. Porque cada palabra trae consigo una consecuencia: con la empresa, con la audiencia, con la sociedad, y sobre todo, con los anunciantes.
Ahora que soy independiente, como muchos podcasteros lo son, sí hay más flexibilidad. Pero incluso en este espacio libre, insisto: no hay palabra sin peso, ni opinión sin consecuencia. Y creo que eso es algo que muchas veces olvidamos en esta era digital donde todos tenemos un micrófono al alcance.
Quien dice lo que quiere, escucha lo que no quiere
Kirk usaba su voz para defender sus ideas, muchas veces polémicas y divisivas. Tal como lo mencioné en mi post anterior, no compartía su visión política, ni sus ideas personales, pero respetaba el hecho de que usara un micrófono para abrir debates con jóvenes en universidades. Lo hacía como debe ser: de frente, con palabras, no con violencia. Aunque algunos dirán que sus palabras eran violentas. Ese debate lo dejamos para otro día.
Paradójicamente, Charlie Kirk siempre empujaba el tema de las armas, incluso justificando tiroteos. Y al final, fue justamente una bala la que lo silenció en medio de una charla sobre violencia armada.
Ese es el lado oscuro de nuestra supuesta “tierra de libertades”: que un derecho tan valioso como la expresión sigue estando bajo amenaza de la intolerancia y de un país enfermo de armas.
En conclusión…
La libertad de expresión es un derecho, pero también una responsabilidad enorme. Y si algo me deja esta tragedia es la convicción de seguir usando el micrófono con respeto, con humor, con autenticidad… pero siempre consciente de que lo que digo tiene consecuencias.
Porque en este país tenemos libertad para hablar. Pero lo que realmente nos define es cómo asumimos lo que pasa después de hablar. Una vez más: libertad de expresión no es garantía de libertad de consecuencias.
Nos escuchamos pronto.