Lo que la Inteligencia Artificial ya sabe de ti (y no te imaginas)
De Alan Turing a IA, la historia de cómo las máquinas aprendieron a pensar… y lo mucho que ya saben sobre nosotros
La ciencia y la tecnología forman parte de la vida diaria: Internet, teléfonos inteligentes, redes sociales, tecnología médica, educación a distancia, servicios de streaming, etc. Todos estos productos satisfacen necesidades humanas; sin embargo, a veces nosotros también somos el producto, por lo que iniciaremos esta sección explorando el tema de la Inteligencia Artificial (IA), la cual inicia cuando Alan Turing (1912-1954), matemático británico, lanzó un reto en 1950:
¿Pueden pensar las máquinas?
Hoy la IA está en todas partes: en la app que te sugiere qué serie o película ver esta noche, en el celular que desbloqueas con el rostro, en los filtros que usas para verte mejor en redes, y hasta en esas recomendaciones de compra que te persiguen por todos tus dispositivos. Pero… ¿qué es realmente esta “IA” de la que todos hablan y muchos temen? ¿Llegará a quitarnos el trabajo? ¿O será la mente que termine dominando al mundo?
Evolución o Revolución
Imagina vivir en la Inglaterra de principios del siglo XVIII trabajando en la manufactura artesanal de textiles, en donde aprendiste el oficio de tus padres, y ellos a su vez de los suyos. Tu sustento depende de tu habilidad para producir tejidos en telares manuales para venderlos en el mercado local.
Mientras tanto, en la ciudad un fenómeno nuevo está sucediendo en lugares a los que llaman fábricas y donde nuevos inventos están impactando la industria artesanal de tejidos: el telar mecánico, las desmotadoras de algodón y la máquina de vapor. De pronto aparecen grandes empresas textiles con mayor producción y costos reducidos. Como consecuencia se acaba tu fuente de ingresos y debes migrar a la ciudad para convertirte en obrero.
Una mujer cambia la historia de la computación
En 1844, Ada Lovelace analizó lo que se cree es el primer diseño de una computadora: la máquina analítica de Charles Babbage.

Ada escribió un programa para la máquina analítica, un logro bastante notable ya que ni siquiera existía un prototipo de ella (solo se contaba con planos y anotaciones de Babbage), por lo que se le considera la primera programadora de la historia.
Más de un siglo después aparece otra innovación tecnológica: el transistor que utiliza materiales semiconductores (de electricidad) basados en silicio. Una forma mejorada de vida cotidiana surge con el desarrollo de telecomunicaciones, instrumentos médicos, televisión digital, computadoras, teléfonos inteligentes, consolas de videojuegos, automatización de manufactura, acceso a la información y educación. Pero la revolución de la electrónica no ha concluido todavía; el abaratamiento del procesamiento digital ha permitido recientemente el desarrollo de la robótica y el surgimiento de una nueva era: la Inteligencia Artificial.
En términos sencillos la IA pretende realizar tareas propias de la inteligencia humana como la capacidad de almacenar datos (memoria), de realizar cálculos, de reconocer patrones, de aprender, de tomar decisiones y de ser creativa. La IA comienza aprendiendo a reconocer cosas mirando miles de ejemplos. Así, si le enseñamos miles de fotos de perros y le dices “esto es un perro”, aprenderá a reconocer un perro nuevo que nunca ha visto. De tal forma, que con suficientes datos, la IA podrá predecir lo que viene después: la próxima palabra de una frase, la ruta más rápida para llegar a casa, o la próxima serie que quieras ver.
La efectividad de la IA depende de la cantidad de datos y la forma que usamos para entrenarla. Por un lado, la IA simplifica mucho nuestras vidas. Nos permite contar con diagnósticos médicos más rápidos, tener asistentes virtuales, autos que se manejan solos y contar con traducciones instantáneas. Por otro lado, depende del uso que se le dé o como sea entrenada, la IA puede reconocer cierta cara como “sospechosa” o que tu curriculum no sea seleccionado porque no se parece a los de otros candidatos. En otras palabras, una IA entrenada con datos sesgados y llenos de prejuicios puede repetirlos y amplificarlos.
¿Qué significa ser humano en la era de la IA?
Una de las consecuencias más importantes de la IA no es tanto su habilidad para imitar o sobrepasar la inteligencia humana, sino en su poderosa influencia -positiva o negativa- en el comportamiento humano. Esta influencia se facilita mediante la digitalización de las personas, el mundo conectado y el negocio de la predicción. Así, la actual IA se basa en obtener la mayor cantidad de datos de la gente con el afán de estandarizar nuestro patrón de actividades. La IA, además, reconoce nuestra ancestral necesidad de comunicarnos, de relacionarnos con otras personas.
Finalmente, la IA puede aprender de nuestras preferencias como consumidores e influir en nuestro comportamiento. El tiempo que pasamos en línea facilita la estandarización de nuestras conductas y nos convierte en seres más predecibles, nos convierte en productos para las grandes marcas publicitarias.
Ahora, retomando la pregunta de Alan Turing sobre si las máquinas pueden pensar, aparece una vez más la voz de Ada Lovelace. Según nos cuenta F.G. Haghenbeck en su obra Matemáticas para las Hadas, Lovelace sentenció que la máquina analítica no lograría pensar:
“Y finalmente: la máquina analítica no tiene pretensiones de originar ninguna cosa que nosotros no sepamos con anterioridad”.
Puede que sea la respuesta definitiva a Turing.
Mientras lo comprobamos y, para no sentirnos como el artesano textil del siglo 18 que vio nacer la revolución industrial, o el obrero del siglo 20 desplazado por la automatización industrial, o el traductor de idiomas del siglo 21; aprendamos IA, no porque necesariamente nos robará el trabajo, sino porque no reemplazará a la persona que sí sepa usar la IA.








