Oppenheimer: la película de Christopher Nolan sobre la bomba atómica
Una mirada crítica al dilema moral detrás del Proyecto Manhattan
El pasado 6 de agosto se cumplieron 80 años del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima desde un avión estadounidense. La bomba –apodada “Little Boy”—que pesaba más de 4 toneladas y tenía 64 kilos de uranio provocó un infierno que aniquiló en un instante miles de personas. El segundo lanzamiento ocurrió el 9 de agosto sobre la ciudad de Nagasaki. Se calculan más de 200 mil muertos y un sinnúmero de heridos como resultado de los bombardeos. Los efectos secundarios permanecieron por años en estas ciudades japonesas.
El mundo ya no volvería a ser el mismo.
Oppenheimer (2023), la película dirigida por Christopher Nolan se ocupa de la vida del llamado “padre de la bomba atómica”, J. Roberto Oppenheimer (1904-1967) por su liderazgo en el Manhattan Project que tenía como objetivo la creación de la bomba. Empezaron a trabajar en 1942. El 16 de julio de 1945 se llevó a cabo la prueba de la bomba en el desierto de Nuevo México (se recrea en la película en la que es, quizá, la secuencia más impactante). La prueba fue exitosa. Así, Oppenheimer se convertirá en una de las personas más importantes en el siglo XX como líder del proyecto que arrojaría a la humanidad al infierno de las armas nucleares.
En principio diré que este filme que dramatiza la vida de Oppenheimer representa una singular experiencia cinematográfica. Desde luego, el trabajo actoral de Cillian Murphy como Oppenheimer y de Robert Downey Jr. como Lewis Strauss, los hizo acreedores de los premios Oscar. Pero más allá del extraordinario trabajo de estos actores, creo que hay dos elementos que se destacan.


Primero, visualmente la película es espectacular, gracias a la fotografía de Hoyte van Hoytema, que nos transporta al tiempo de Oppenheimer usando unos maravillosos tonos en sepia y en color. Segundo, la banda sonora de la película (con la música de Ludwing Göransson) se combina perfectamente con la acción y emociones de los personajes.
Esta sinergia hace del filme una obra excepcional. Por ello fue la película más premiada en la entrega de los Oscar.
Sin embargo, hay un aspecto que bien pudiera constituir una falla en el filme. Me refiero al silencio que se da en torno a los miles de muertos y heridos en Hiroshima y Nagasaki. Y las consecuencias de la devastación que llegan hasta nuestros días. Oppenheimer se definió a sí mismo como “un destructor de mundos” y en diversos planos en donde entramos a la mente del personaje y en otros planos subjetivos donde vemos a través de la mirada del protagonista, el director Nolan aborda el dilema moral y el sentimiento de culpa de Oppenheimer por haber dirigido el Manhattan Project.
Con todo, la película no consigue representar el verdadero horror de los efectos de la bomba atómica, los efectos devastadores para las poblaciones civiles (incluyendo niños y ancianos) y la deshumanización a la que fueron sometidos los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. Algunos críticos han señalado que este no era el tema de la cinta de Christopher Nolan.
Sin embargo, creo que si haces una película sobre la creación de un arma de destrucción masiva estás obligado a hablar de las consecuencias de dicha creación. Es a todas luces un imperativo ético.
Una película clásica, Hiroshima, Mon Amour (Alain Resnais, 1959), por su parte, según creo, hace un mejor trabajo en la representación de las terribles imágenes de la devastación atómica. Recomiendo que vean también esta obra maestra del cine junto con Oppenheimer. Las dos se pueden ver en Prime Video o en Apple TV.
Crítico a Domicilio — Una mirada más allá de la pantalla.
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