Libertad de expresión en tiempos de Trump
Una reflexión sobre el caso Jimmy Kimmel, las demandas millonarias y el riesgo de perder la voz en una democracia

En una de mis últimas columnas escribí sobre la libertad de expresión y sus consecuencias. En aquel momento me refería al costo personal de nuestras palabras: críticas, rechazo o incluso la pérdida de un empleo. Eso forma parte de la responsabilidad que conlleva expresarse en público.
Pero lo que vivimos ahora es diferente: no hablamos de consecuencias naturales, sino de la censura ejercida desde arriba, del abuso de poder y de la intimidación. Ese terreno es mucho más peligroso, porque ya no se trata de la reacción libre de la sociedad, sino de un intento deliberado de silenciarla.
El caso Kimmel y la sombra de la censura
La suspensión indefinida del programa de Jimmy Kimmel no es un caso aislado. Detrás de esa decisión se mezclan la rivalidad pública con el presidente Trump, las presiones a cadenas de televisión y, para muchos, la sospecha de que la censura dejó de ser un concepto lejano para convertirse en una realidad tangible.
¿Puede una broma costarle la voz a uno de los presentadores más influyentes de la televisión estadounidense?

Demandas que buscan silenciar
No es casualidad que, en paralelo, Trump haya demandado a The New York Times por 15 mil millones de dólares. Más allá de quién tenga la razón, el mensaje es claro: las instituciones que durante décadas representaron el periodismo libre ahora enfrentan batallas legales que buscan debilitarlas. Si un medio de ese tamaño cede o pierde, ¿qué esperanza queda para los demás?
Entre la expresión y las consecuencias
Lo más inquietante es cómo se han multiplicado los casos de personas que pierden sus empleos por lo que dicen en redes sociales o medios tradicionales.
Las empresas se justifican bajo el argumento de proteger sus intereses económicos, pero ¿dónde queda el principio democrático de permitir la crítica, incluso la incómoda?
Reflexión personal
En nuestro programa de radio, mientras conversábamos sobre esta ola de cancelaciones, demandas y silencios impuestos, Argelia dijo algo que me sigue retumbando en la cabeza: “Estamos aprendiendo a vivir en los tiempos de Donald Trump”. Esa frase lo pone en perspectiva clara: vivimos una etapa en la que la libertad de expresión ya no es un derecho pleno, sino un terreno frágil donde cada palabra puede convertirse en riesgo.
Como latinos, como ciudadanos, no podemos normalizar que el miedo y la autocensura sean la nueva manera de vivir.
En conclusión…
La libertad de expresión no debería ser negociable, tampoco un arma en manos del poder. Si seguimos cediendo terreno, pronto descubriremos que no solo hemos perdido el derecho a hablar, sino también el derecho a escucharnos como sociedad. Y cuando una nación deja de escucharse, lo que sigue no es silencio: es obediencia. Y si llegamos a ese punto, este país que tanto queremos ya nunca más será el mismo.