Netflix desentierra Las muertas: una historia real convertida en sátira mexicana
Luis Estrada lleva a la pantalla el oscuro universo de Jorge Ibargüengoitia con humor negro y un reparto de lujo
Decía su crítico a domicilio en su entrega anterior que Netflix no solo está generando contenidos originales en América Latina, sino que también está invirtiendo en la adaptación de grandes obras literarias. En esa columna escribí sobre la adaptación de Cien años de soledad, quizás la novela más importante en el siglo XX en Latinoamérica, escrita por el colombiano Gabriel García Márquez. En esta ocasión, me gustaría hablar de Las muertas, una serie basada en la novela de Jorge Ibargüengoitia, dirigida por el cineasta Luis Estrada, que se estrenó el pasado mes de septiembre y se colocó en el segundo lugar en el top 10 mundial de series de habla no inglesa durante su primera semana. Estamos en presencia –como lo fue Cien años de soledad en Colombia—de una de las producciones más ambiciosas que Netflix ha llevado a cabo en México.
El epicentro de la literatura de Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) lo constituye el estado donde nació, Guanajuato, México, esa tierra que en la ficción será Plan de Abajo y Mezcala el estado vecino, Jalisco. De esta geografía que el novelista conoce muy bien surgirá la sórdida historia de Las muertas que está basada en hechos de la vida real. Las hermanas González Valenzuela, apodadas las Poquianchis, fueron dos célebres madrotas y tratantes de blancas que operaron en Guanajuato y Jalisco, de 1950 a 1964, por lo general, amparadas por las autoridades. Las hermanas recorrían los pueblos para contratar jóvenes de familias pobres haciéndolas creer que tendrían trabajos como empleadas domésticas o meseras. En algunas ocasiones, simplemente, las secuestraban. Y cuando ya las tenían en su poder las obligaban a ejercer la prostitución. Lo más macabro del asunto es que no vacilaban en recurrir al asesinato si era necesario para proteger su lucrativo negocio.
Quien nos ofrece un primer acercamiento a este tema en el cine mexicano es el director Felipe Cazals (1937-2021), con Las Poquianchis, película de 1976, en donde hace uso de una estética ‘tremendista’, es decir, extremadamente violenta, cruda, que se regodea en los detalles más siniestros de la historia. Muy diferente a la tradición del cine de las cabareteras de la época del Cine de Oro, en donde se daba una cierta ‘glamourizacion’ de la mujer caída en el pecado, Cazals denuncia con toda acrimonia el sistema social que condenaba a estas mujeres a la explotación sexual. Sin embargo, al ofrecer esas crudelísimas imágenes de esas mujeres explotadas en esos prostíbulos de mala muerte, esclavizadas, encerradas en celdas de castigo, y forzadas a sobrevivir con muy pocos alimentos, Cazals apela al morbo, al horror, al sensacionalismo, igual que lo hizo el tabloide de nota roja, ALARMA!, que lucró con el caso de las Poquianchis.
Afortunadamente, Luis Estrada tenía otra opción para entrarle a esta historia de horror: usar la novela de Ibargüengoitia la cual, precisamente, se aleja de ese régimen de representación sensacionalista y tremendista gracias al humor y la ironía, la parodia y la sátira, elementos característicos del novelista de Guanajuato. Más exactamente: Estrada, al traducir a la pantalla el humor de Ibargüengoitia, nos hace más fácil internarnos en el mundo espeluznante de las Poquianchis. Nuestras risas y carcajadas sirven de coro a la comedia satírica de Estrada y su mirada burlona al país en su conjunto. Porque, en todo caso, ningún personaje sale bien librado en Las muertas: jueces, abogados, policías, militares, curas, políticos. Desde luego, tampoco las lenonas y sus víctimas.
La serie de Luis Estrada se apega fielmente a la trama de la novela de Ibargüengoitia y a la caracterización de los personajes. Así, las hermanas González Valenzuela se van a convertir en las hermanas Baladro, Arcángela y Serafina (repárese en los nombres de estas piadosas mujeres), personajes a cargo de Arcelia Ramírez y Paulina Gaitán, respectivamente. Arcángela es el cerebro del negocio y la encargada de sobornar a las autoridades para que la dejen operar tranquilamente sus burdeles. Serafina, la mujer despechada por el abandono del panadero Simón Corona, vive atormentada por los deseos de venganza. Las dos actrices nos ofrecen una extraordinaria actuación al igual que Joaquín Cosío en el papel del corrupto capitán Bedoya y Alfonso Herrera como Simón Corona, el galán provinciano que imita a Pedro Infante. Mención especial merece Mauricio Isaac por la forma en que interpretó a la Señora Calavera, la regenta de las prostitutas y ama de llaves, por la manera de hablar y caminar. En breve, el impresionante reparto de la serie cuenta con más de 150 actores, muchos de ellos importantes figuras del cine mexicano que nos ofrecen aquí cameos y breves intervenciones.
Otro gran acierto de esta adaptación de la novela de Jorge Ibargüengoitia es la maravillosa reconstrucción de época que hizo el equipo de Luis Estrada. Sencillamente, nos trasladamos al México de las décadas de los 50 y 60 en los seis episodios que dura la serie. Cabe destacar que, en estos tiempos de la inteligencia artificial y los efectos especiales, se haya optado por trabajar en forma artesanal. Se construyeron tres foros en su totalidad en los Estudios Churubusco en la ciudad de México, más de 200 sets entre Veracruz, San Luis Potosí y Guanajuato. Cada burdel está perfectamente diseñado: El Molino, El México Lindo y el Casino del Danzón. Asimismo, se recrearon a detalle las cárceles y oficinas del Ministerio Público. El vestuario de época refleja muy bien la personalidad de los personajes trátese de políticos, policías y funcionarios; trátese de las prostitutas: bien arregladas y perfumadas de noche, en fondos y chanclas de día. Además, la musicalización que se emplea en la serie (boleros, mambos, mariachi, el clásico “Veracruz” de Agustín Lara) ayuda mucho para transportarnos a ese México de antaño.
Netflix tiene en su catálogo varias de las sátiras políticas de Luis Estrada. Entre ellas, La ley de Herodes (1999), una farsa sobre la corrupción de los regímenes priistas que gobernaron a México. Esta película rompió con uno de los mayores tabúes del cine nacional al materializar la imagen del partido oficial y los símbolos patrios (bandera, Constitución, retratos del presidente) como no lo había hecho ninguna otra cinta de corte político. En opinión de este crítico a domicilio, con Las muertas, una serie con valores de producción muy por encima del estándar promedio, Luis Estrada se convierte en el mayor satirista de México.









